No more Butchie, no more of this.



Bulle la electricidad. Borbotea la estática, condensándose. Conformando nota a nota Noches árticas. El totem se va erigiendo amarrado de cuerdas emocionales que disparan dopamina por todo el cerebro del que está al otro lado de la realidad. Una reailidad no digital bañada de neurotransmisores. Recuerdos de ella desnuda, de uno de tantos paseos al lado del mar gris de Gijón. Hoy de nuevo, cerraremos los ojos, deseando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro, no como el de la oscuridad, sino como el del ébano. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño que envenena y que sana. Veneno que en dosis justa activa la sensorial memoria que habrá de mantenerte intubado con el mundo, tu mundo de tus recuerdos y anhelos, cierra los ojos y escucha en la oscuridad cómo resuenan las cajas de música, inténtalas parar. Pero no, quizás tampoco nunca, pero hoy seguro que no, no podrás desligarte del contenido de esas cajas en las que se apilan todas las cosas sobre las que gravitas, lo que te aferra -lo quieras o no-. Tu todo de vivencias que destellan y te influyen modelando un universo intransferible tuyo y de nadie más. Y querrías que esa fuera la banda sonora de algo más que de tu vida. Vuelve a ti aquella escena crepuscular: No more Butchie, no more of this. En la que si bien, Evidently Chickentown resuena apropiada, tú jurarías que si hubieras de estar en el lugar de Phil Leotardo sería Noches árticas, Noches árticas y nada más lo que habría de estar sonando mientras dijeras de nuevo: No more Butchie, no more of this. Y ese “this” sería todo lo que un día necesitaste dejar atrás, pero que te obligaron a tragar y que ahora -optimistamente hablando- te conformarías con regurgitar.



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