Por cuanto eres tibio, te vomitaré de mi boca.



Nunca ha sido la tibieza un problema, así que vamos a seguir haciendo apología y crítica apasionada y parcial, como tiene que ser.


Gijón es una ciudad marcada por el contacto con el mar, por una historia casi siempre del lado de los perdedores y por una apariencia que, si bien ha sido limada últimamente, podríamos calificar como dura e intensa. Gijón imprime caracter. “Esa doble empalizada velar-sordo-fricativa” a hierro va en los que allí habitan. Y la música que de su mundo brota se anega de salitre, cemento y nordés. El repertorio destacable es numerosísimo (Nacho Vegas, Manta Ray, Viva las Vegas, Lucas XV, La Costa Brava, Mus...) y ahora hay que añadir otro grupo más: Elle Belga.


Tomando la nana como género trazan un disco -llamado 1971- que sin batería, centrándose en tenues cuerdas y un juego de dos voces con resonancias del mejor Low, está afinado con el son de la noche y el murmullo de la mar. Sabe a canción popular desubicada, a confesión de alcoba, a dolorosa calma. Y, además, es tremendamente bello. Todo está dicho.






El ritmo del mundo es un murmullo



Hoy. Última noche de un mundo que, como todos, desaparece. Extraña satisfacción de labor cumplida. Inevitable incertidumbre ante lo que puede ser. Respiro, tomo aire, un momento -prometo que sólo un momento- para mí.

Belleza absoluta. Placer. Abandonarse. Buenas noches. Click. Amén.




“Cuando dejamos de nombrar el mundo éste nos deshereda y sólo nos queda retórica vacía”


Adam Zagajewski "Celebra el mundo mutilado"

Intenta celebrar el mundo mutilado.

Recuerda los largos días de junio

y las fresas silvestres, las gotas de vino rosé.

Las ortigas que con esmero cubrían

las fincas abandonadas de los exiliados.


Tienes que celebrar el mundo mutilado.

Mirabas los yates y los barcos lujosos;

uno de ellos tenía un largo viaje por hacer,

a otros sólo les aguardaba un vacío salado.

Viste a refugiados con rumbo a ninguna parte,

oíste a verdugos que cantaban con gozo.


Deberías celebrar el mundo mutilado.

Recuerda los momentos cuando estábais juntos,

en una habitación blanca se movió la cortina.

Vuelve en pensamiento al concierto, al estallar la música.

En otoño cogías bellotas en el parque y las hojas

se arremolinaban en las cicatrices de la tierra.


Celebra el mundo mutilado,

y la pluma gris que un tordo ha perdido,

y la luz delicada que yerra y desaparece

y regresa.






How my hair look like, Mike?


Snoop tiene una pistola apuntándole a la cabeza. Ella es alguien de trato cotidiano con la muerte. La conocimos comprando una pistola de clavos, no para hacer manualidades, sino para tapiar casas donde escondía sus cadáveres. Ese siempre ha sido su trabajo. A través de asesinar cumple su cuota de quid pro quo con el sistema. Ahora, en un coche, con una pistola apuntando a su cabeza sabe que ese es su fin. Se le permite una última posibilidad de hablar. De redefinir su relación con el mundo. Pero ella ya no está aquí. How my hair look like, Mike? De nadie sorprendería más esa frase, si la entendemos como una mera preocupación por su aspecto. Pero es que -repito- ella ya no está aquí. Ella, una espartana de Baltimore, se preocupa de estar guapa porque, al fin, conocerá a su patrón.





Pierre Michon. Mitologías de invierno






En su tienda de guerra en Cul Dreimhne, Columbkill, tembloroso, desata el saco, toma el libro. Es macizo y dócil como una mujer. Es suyo como el ternero es de la vaca, como la mujer es del amante: del íncipit al colofón, es suyo. Quiere disfrutarlo lentamente, abre, acaricia, trashoja, contempla... y, de repente, ya no tiembla, ya no ríe, está triste, tiene frío, busca en el texto algo que ha leído y ya no encuentra, en la imagen, algo que ha visto y ha desaparecido. Busca mucho tiempo en vano: estaba ahí, sin embargo, cuando no era suyo. Todo parece haberse estropeado, haber cambiado, tan sólo quizás el colofón se parezca a sí mismo, el colofón en que el monje Faustus pide que oren por él. Columbkill levanta la cabeza, escucha el estertor de los heridos y la alegría de las cornejas. Sale de su tienda, ha dejado de llover: también allá arriba, grandes trozos de azul viajan por encima del establo de la muerte. El libro no está en el libro. El cielo es un antiguo lugar azul bajo el cual estamos desnudos, bajo el cual lo que poseemos hace falta. Arroja el libro, arroja su pelliza y su espada. Toma el sayal, toma el mar, busca y encuentra un desierto en el mar espantoso de Irlanda: en la isla pelada de Iona, se sienta libre y despojado bajo el cielo, que a veces es azul.





Nada canto que no esté atestiguado



Esa misma mañana había llegado al puerto un barco beocio cargado de ánforas con lo mejor de las vides de Tanagra. Ocultos entre el resto de mercancías, hallaron media docena de pergaminos. Como bibliotecario real, a él le correspondía supervisar el proceso de copiado de los textos. Estudiaba incesantemente los botines y, si encontraba alguno especialmente de su agrado, lo recluía. Lo raptaba con la pasión de un amante y durante una noche, ante una copa de vino, lo hacía suyo. Disfrutaba del placer de ser el primero en contemplar la belleza. Si bien, no pocas veces, a lo largo de los años se sintió tentado por los celos. Él era la puerta de la literatura en Alejandría y también un reconocido poeta en la corte, ¿por qué no hacer desaparecer la prueba y, reconducidos hacia su voz, tomar algunos de esos versos como suyos?. Calímaco se vio numerosas veces entre la culpa y el afán. Esta noche tiene ante él la vida de un joven tebano. Lee y relee. Es un breve epigrama con toda la gracia del primer amor trabada entre sus palabras. No conoce el nombre del autor. Se dirige a la Biblioteca. No hay ninguna otra obra. Se siente poseedor de una verdad preciosa, pero algo le impide gritarla. Lo conserva envidioso de su lenguaje y de lo que tras él se esconde. Muchas noches se decide a escribir algo similar y, esta vez sí, quemarlo. No es capaz. Algo le detiene. Relee sus copias de la copia. Vacías. Siete años después, él muerto, encuentran entre sus papiros un pergamino. El dialecto de lo allí escrito es beocio. El nombre está tachado.





Make it rain



Como si todo fuera parte de un discurso prorrogado más allá de lo posible, notas huir el sentido de todo lo que dices. Con el tacto de algo cada vez más seco, te vas dando cuenta que tu lengua llega tarde a todas las palabras que acaban en tu boca. Se te caen sílabas de los dientes. Estos -por una extraña enfermedad- no paran de pelear con tus encías. Te callas. Tragas saliva. Es más sólida de lo que recuerdas. Te atasca la garganta. Te ahoga. Toses. Escupes. Ahí está. Lo acabas de expulsar. Un poema.







Heliogábalo



Se supo habitado por voces. Susurros que condensaban todo tiempo en una palabra. Se le desdibujó todo umbral. Comprendió que para ganar este otro lugar, había perdido ese otro entre los hombres. De todos modos, ¿alguno podría comprender por lo que había pasado? Y lo había pasado por ellos. Así que decidió salir y trazar nuevos límites. Esbozó un mapa donde el norte era el ritmo y el sur la muerte. El este la ruina y el oeste los dientes del perro. Tras un momento de duda, convocó a todos. Quería comunicar lo que sabía. Que él era todos. Que debían seguirle. Porque él sabe a donde dirigirse. Él sabe dónde se halla la guarida del sol. Ese traidor que pagará sus afrentas con cien latigazos y una ejecución pública. Será hundido en una piscina de brea hirviente tras ser arrastrado por cien caballos blancos. Así les demostrará su poder. Así, por fin, le creerán. Así, por fin, será la noche.




Imagen: Estrella Sánchez




Cheever + Carver



Decidiste quedarte en la fiesta un rato más. Tomar otra copa. Poner otra canción. Intentar conocerla a ella. Decidiste quedarte aun cuando la mayoría comenzaba a retirarse. Pensaste que lo mejor del día siguiente era esta noche, ¿por qué te ibas a ir? Ella tenía buena conversación, así que fuiste a por hielo para hacerte otro whisky. Cuando volviste algunos dormían, otros más se habían ido, pero a ella poco parecía importarle. Bailaba en el medio del mundo al son de una música que sólo ella oía. Decidiste no interrumpirla, esperar. Al fin y al cabo, tenías bebida y ella estaba preciosa cuando bailaba. Debiste de quedarte dormido, porque abriste los ojos y allí no había nadie. Aquella no era tu casa, pero el lugar está vacío. Intentas salir, pero la puerta está cerrada por fuera. Decides esperar en aquel lugar. Aún queda hielo para otra copa.



Cada hora posee un hueco a través del cual podría despeñarse todo el tiempo



No existen palabras. Este es el punto de partida irresoluble del problema. Nada hay que se esconda detrás de estos signos que nos vemos resignados a forzar sino un glaciar de ruido y frío que avanza por el impulso de todos y el deseo de ninguno.


Este es el inicio.


La asunción de humildad necesaria para aquel que cree escribir en piedra. De la intuición a lo escrito el sentido muta. De una lectura a otra se resquebraja. Y porque así siempre será, nada queda sino la deriva. Abraza los despojos de voz que seas capaz de erigir y, con la mayor inconsciencia, salta de uno a otro retrasando en la medida de lo posible el desaparecer que es el poema.





No duerme nunca. Está bailando, bailando. Dice que nunca morirá.



Como esto es mi blog, no tengo que plegarme a normas no escritas como: no hagas más de una entrada al día, no repitas temas, así que fuck you, bitch (guiño que antecede a lo que sigue, otra entrada, sí, sobre Breaking Bad).


Aviso, no voy a destripar la serie en ningún momento, así que aquellos que lean esto y que ni siquiera sepan de lo que hablo, el único peligro que correrán es el de sentir la necesidad de ver la serie -si consigo transmitir una mínima fracción de lo que esta es-.


Premisa primera: en Breaking bad las cosas no pasan a la ligera. En tres temporadas, nunca, repito, nunca, ha ocurrido una sola cosa que no arrasase una consecuencia de cambios para aquel que decide. En el Alburquerque en el que discurre la serie cada fracción de tiempo es consciente de su preciso peso, de como su mera existencia pone a prueba la total existencia del mundo. El personaje que cruza una sola línea roja -y se cruzan muchas- emprende una expedición hacia lo desconocido.


Premisa segunda: Breaking Bad es un mundo heraclíteo. Aquí nunca se detiene nada. Los personajes mutan constantemente dejando en el proceso penosos surcos, arrastrando cargas de huesos y almas, pero todo continúa. En tres temporadas no ha habido un solo personaje que se haya quedado rezagado. Todos chocan entre sí en su constante devenir y, claro, en cada choque se desprende energía, mucha energía.


Premisa tercera: en Breaking bad los personajes piensan y sienten. Todos, sin excepción. Obviamente, los hay más del bando pragmático y los hay más volubles, pero los actos de cada uno responden a lo que se nos da desvelando de su naturaleza.


Premisa cuarta: Breaking bad es la serie del suspense. Entendiendo suspense bajo parámetros de incertidumbre, tensión y visceralidad la obra de Vince Gilligan no tiene rival.


Premisa quinta: el demonio está en los detalles, por lo que Breaking bad también. Podría enumerar decenas de gestos que te traspasan la sensibilidad, decenas de momentos en los que la música entroniza aquello que ves hasta regiones nuevas y no menos momentos en los que la potencia de las imágenes te impiden discernir si estás ante una serie o una realidad paralela.


Premisa sexta (y última): ver Breaking bad es quedarse con lo mejor del torrencial caudal de calidad y morralla que nos ofrecen la televisión actual. Así de simple.





This is not a war, because war ends



Estas palabras, cumbre intelectual de su personaje, pronunciadas en el primer capítulo de la serie, sirven de epítome, de inscripción en el pórtico del mundo en el que se adentra aquel que se entrega a la obra de David Simon. Si abarcamos The Wire bajo esta cita, podemos entenderla como un extenso pasaje que comienza in media res y acaba sin cambiar un ápice del engranaje de un mundo en el que el diálogo acostumbrado, que tiene un escaso acervo léxico (nigger, fuck son miles de veces comienzo y fin de todo tipo de conversaciones) , entroniza una gran palabra: asesinato. Mediante el uso de numerosos sinónimos es este y no otro el vocablo que pone en marcha el microdevenir, la ley evolutiva que abole “el azar y la necesidad” de Jacques Monod. No, en Baltimore, los árboles, las ratas y las personas no existen sujetos al azar o a la necesidad, sino bajo la damocleana amenaza del gatillo que puede provocar que el martillo golpee el fulminante de la bala que se aloja en el tambor, presta a recorrer el ánima del cañón que sientes en tu sien, siendo desbandado tu puñado de sueños por un proyectil de 9 mm, quizás de calibre 45 o incluso -si eres especial- uno con recubrimiento de cobre.


“En los juegos donde lo que se apuesta es la aniquilación del vencido las decisiones están muy claras. El hombre que tiene en su mano tal disposición de naipes queda por ello mismo excluido de la existencia. Esta y no otra es la naturaleza de la guerra, cuya apuesta es a un tiempo el juego y la supremacía y la justificación. Vista así, la guerra es la forma más pura de adivinación. Es poner a prueba la voluntad de uno y la voluntad de otro dentro de esa voluntad más amplia que, por el hecho de vincularlos a ambos, se ve obligada a elegir. La guerra es el juego definitivo porque a la postre la guerra es un forzar la unidad de la existencia. La guerra es Dios.”


Meridiano de Sangre y The wire son sincrónicas, ocurren en la misma edad, la de bronce. Un tiempo en el que los hombres nacen viejos, en el que su único modo de vida es la guerra y en el que saben que lo que les espera al morir es el olvido y el Hades. Ellos no elaboraron las reglas, sino que se adaptan a ellas. Los distintos momentos en los que en un macroámbito -Hamsterdam- y en un microámbito -una escuela- se intenta virar el rumbo del mundo, se acaba topando con la imposibilidad de mover aquella piedra. Sísifo es fuerte, pero nunca lo suficiente para remontar la montaña y la fuerza de la gravedad no es menor en Baltimore. Así que lasciate ogni speranza, voi ch‘ entrate a la ciudad independiente de Bulletmore, la ciudad más poblada del estado de Murderland, aquí existe un arraigado sistema de trueque: una vida por otra.




"La reproducción aventaja a lo irrepetible"



La frase que da título, de Walter Benjamin, alumbrada bajo su manto de cierto optimismo marxista es de plena vigencia en la actualidad. Chocante en un principio, no deja de tener gran parte de razón y es que ¿Qué porcentaje de nuestro conocimiento artístico de la actualidad proviene del “acontecimiento irrepetible” y cuál de la “reproducción”? Sin embargo, es necesario revolverse constante y ferozmente hacia ella, pues la pérdida de aura en la experiencia estética constituyó el primer paso hacia la banalización del arte en la que nos vemos anegados en la actualidad. En esta “sociedad del espectáculo”, por decirlo como Guy Debord, en la que delegamos nuestras vivencias hacia lo que nos ofrece la matriz audiovisual que como una enredadera nos ahoga nos hemos conformado con la vivencia del fragmento, con el simulacro diferido del sucedáneo de la copia. Y con ello hemos firmado la sentencia de muerte para crear y experimentar un arte metafísico. ¿Y merece la pena uno que no lo sea?


Por supuesto que puede ser absolutamente enriquecedor tener al alcance de un click toda la (in)formación que podamos digerir, pero como dijo George Steiner “vivimos en la época con más información y menos conocimiento” de la historia, por lo que resulta extremadamente fácil caer en el consejo de profetas de baja estofa o vernos llevados a la catatonia por el aluvión de material inclasificable que nos asalta. Sí, ahora puedo -mientras escribo esto- estar escuchando plácidamente la tan gastada novena sinfonía desde la comodidad de mi casa, pero daría un brazo por haber estado el 7 de Mayo de 1824 en Viena cuando se estrenó para poderlo vivir auráticamente y desafiar a la autoridad provocando que el genial músico alemán tuviera que saludar hasta cinco veces. Y el otro brazo por haber estado en París en 1860, con Baudelaire, cuando asistió por primera y única vez en su vida a una representación de una ópera de Wagner. Lo primero que hizo al salir fue escribir una carta al de Leipzig para decirle que aquello había sido “la experiencia musical más importante de toda su vida”. De eso, de eso es de lo que hablo, de cómo estas vivencias nos resuenan a ecos de una vida teñida de romanticismo que entre supuestos avances técnicos culturales se nos ha ido diluyendo. Por acabar con Benjamin y, no es que lo necesite, redimirlo “no hay documento de cultura, que no lo sea también de barbarie”.


No more Butchie, no more of this.



Bulle la electricidad. Borbotea la estática, condensándose. Conformando nota a nota Noches árticas. El totem se va erigiendo amarrado de cuerdas emocionales que disparan dopamina por todo el cerebro del que está al otro lado de la realidad. Una reailidad no digital bañada de neurotransmisores. Recuerdos de ella desnuda, de uno de tantos paseos al lado del mar gris de Gijón. Hoy de nuevo, cerraremos los ojos, deseando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro, no como el de la oscuridad, sino como el del ébano. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño que envenena y que sana. Veneno que en dosis justa activa la sensorial memoria que habrá de mantenerte intubado con el mundo, tu mundo de tus recuerdos y anhelos, cierra los ojos y escucha en la oscuridad cómo resuenan las cajas de música, inténtalas parar. Pero no, quizás tampoco nunca, pero hoy seguro que no, no podrás desligarte del contenido de esas cajas en las que se apilan todas las cosas sobre las que gravitas, lo que te aferra -lo quieras o no-. Tu todo de vivencias que destellan y te influyen modelando un universo intransferible tuyo y de nadie más. Y querrías que esa fuera la banda sonora de algo más que de tu vida. Vuelve a ti aquella escena crepuscular: No more Butchie, no more of this. En la que si bien, Evidently Chickentown resuena apropiada, tú jurarías que si hubieras de estar en el lugar de Phil Leotardo sería Noches árticas, Noches árticas y nada más lo que habría de estar sonando mientras dijeras de nuevo: No more Butchie, no more of this. Y ese “this” sería todo lo que un día necesitaste dejar atrás, pero que te obligaron a tragar y que ahora -optimistamente hablando- te conformarías con regurgitar.



Ese compay está muerto, no mas no le han avisado.


Enferma, alucinada y alucinógena. Técnicamente magistral y con el mejor desarrollo de personajes jamás visto en televisión. Capaz de hacerte reir con escenas del más puro surrealismo y agarrarte por las entrañas durante tres temporadas, porque cada paso es un acto con consecuencias terribles e inesperadas. Eso es Breaking Bad.


La técnica de escritura de guiones que siguen es plantearse en cada momento qué harían los personajes sin adelantar situaciones. Intentando hacer que estén vivos, que acarreen sus actos, que muten. Y a fé que lo consiguen. Bajo una trama de drogas y crimen bulle el ser humano llevado al límite de su aguante. Un drama -con gotas de corrosivo humor negro- de una potencia inusitada.


Si a todo esto le sumamos una maestría con el ritmo incomparable, la capacidad de alumbrar en cada capítulo fragmentos de pocos minutos que valdrían por sí mismos como piezas de arte cinematográfico autónomas tenemos un material televisivo de primera calidad. Si aún le añadimos una estética propia -la estética del cooking- caracterizada por colores saturados, manipulación del tiempo argumental en función de los estados de ánimo y elipsis que son bombas de relojería, tenemos una ficción destinada a perdurar. Si, por último, hay personajes hercúleos que sudan, piensan y reaccionan de un modo coherente pero acorralados hasta el abismo, tenemos Breaking Bad. Algo que te golpea, tan intenso como un chute de esa metanfetamina azul, de un tal Heisenberg, que gobierna la serie con puño de hierro. De ese que dicen que está muerto, no mas no le han avisado.



Feliz cumpleaños



Que el cuerpo se te ha ido haciendo suelo

y la mirada horizonte,

que, de nuevo, esta no es aquella otra época que pensabas que llegaría

quizás en otro lugar y seguro que de otro modo.


Porque hoy también, te resulta difícil creer, que el universo

no alcance a comprender cuán necesario es

que tú existas

para que todo lo demás suceda,

pero es que esto,

esto,

es lo que hay.


Por hoy, te conformas con no desmoronar

tu tú tan veinte años

en un mundo tan indiferente como este

que desnumerándose

sigue siendo

el adorno imposible

para tu soñar.



Porque aquí, hoy, comprendes

que eres tú lo que de ti

nunca

has entendido.

Y te juras que de haber algún modo

de destrabarte del mundo,

y ser de nuevo aquel

que contuvo luz,

irías hasta donde quiera que esto ocurriera,

que esta vez

no

que esta vez no te escaparías

de ser tú mismo.




LISTA DE CANCIONES PARA UN 8 DE JUNIO DE 2010 EN BARCELONA


Bloodbuzz Ohio - The Nationals

Funny Valentine - Gerry Mulligan quartet with Chet Baker

La caja del diablo - Los Planetas

Just friends - Chet Baker

Waiting 'round to die - Townes Van Zandt

Sólo viento - Nacho Vegas




Demetria Martinez - Another way to end a relationship


If you can't pull it up
by roots,

take it out
of the sun, stop

watering it.



Pensar en un hombre se parece a salvarlo



Robert Frost

We dance round in a ring and suppose
but the Secret sits in the middle and knows.



Roberto Juarroz

A veces me parece
que estamos en el centro
de la fiesta
sin embargo
en el centro de la fiesta
no hay nadie.
En el centro de la fiesta
está el vacío.
Pero en el centro del vacío
hay otra fiesta.


Pensar es insistir
en una soledad sin retorno



Catulli Carmina - V (traducción libre)



Vivamos, lesbia mía, y amémonos,
y no nos importe un bledo
todas las murmuraciones de esos viejos tan rectos.
Los soles pueden ponerse y volver a salir;
pero nosotros, una vez se apague nuestro breve día,
tendremos que dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien,
luego otros mil, luego cien más,
luego todavía otros mil, luego cien,
y finalmente, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para no saberla
y para que ningún envidioso nos maldiga
al saber cuántos han sido los besos.