Ese compay está muerto, no mas no le han avisado.


Enferma, alucinada y alucinógena. Técnicamente magistral y con el mejor desarrollo de personajes jamás visto en televisión. Capaz de hacerte reir con escenas del más puro surrealismo y agarrarte por las entrañas durante tres temporadas, porque cada paso es un acto con consecuencias terribles e inesperadas. Eso es Breaking Bad.


La técnica de escritura de guiones que siguen es plantearse en cada momento qué harían los personajes sin adelantar situaciones. Intentando hacer que estén vivos, que acarreen sus actos, que muten. Y a fé que lo consiguen. Bajo una trama de drogas y crimen bulle el ser humano llevado al límite de su aguante. Un drama -con gotas de corrosivo humor negro- de una potencia inusitada.


Si a todo esto le sumamos una maestría con el ritmo incomparable, la capacidad de alumbrar en cada capítulo fragmentos de pocos minutos que valdrían por sí mismos como piezas de arte cinematográfico autónomas tenemos un material televisivo de primera calidad. Si aún le añadimos una estética propia -la estética del cooking- caracterizada por colores saturados, manipulación del tiempo argumental en función de los estados de ánimo y elipsis que son bombas de relojería, tenemos una ficción destinada a perdurar. Si, por último, hay personajes hercúleos que sudan, piensan y reaccionan de un modo coherente pero acorralados hasta el abismo, tenemos Breaking Bad. Algo que te golpea, tan intenso como un chute de esa metanfetamina azul, de un tal Heisenberg, que gobierna la serie con puño de hierro. De ese que dicen que está muerto, no mas no le han avisado.



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