La noche más larga del año

Desconozco muchas cosas, cada día más. Entre ellas, ¿Quién pensó que era "bonito" acuñar la jornada en que comienza la primavera con uno de esos inútiles "dias-mundiales-de", en este caso día-mundial-de-la poesía? Wikipedia me dice que el señor Unesco es el culpable. Pues bien, el señor Unesco no tiene ni puñetera idea de poesía. No sabe nada de lo que esta puede llegar a ser, tan sólo se ha quedado en las mismas carpetas de quinceañeros que siguen portanto aquellos que en la Arcadia ya eran cursis y moñas, es decir: los Nerudas, García Montero, Tagore y demases afectados que creen que esta primavera, por fin, podrán ser felices y quitarse ese sempiterno mohín tan cansino como pedante que la injustísima vida les ha pintado en la cara cuando su novia les abandonó.

Que sí, que la poesía es un caracter que se va agriando con los años, que todos hemos sido ridículos como dijo Pessoa -y no serlo hubiera sido patético-, pero es que hay maneras de decir el mundo -porque si no es, al menos eso debería buscar ser la Poesía- que hieden tanto a mentira, a cadáver artificialmente edulcorado, a vacua nada narcótica... Y uno cuando lee a Seferis, a Trakl, a Valente, siente que el resto mejor estaban calladitos. Que en estos sí, que ahí alguien ha intentado reencarnarse en Prometeo, que no se ha quedado ensoñado delante de la taza de café mientras dibuja corazones en el vaho del cristal de la cafetería. No, estos se arremangan, se apuestan ellos mismos en el trance de desvelar al menos por un instante el telón del mundo y lo hacen aun a sabiendas de que este, siempre, volverá a cerrarse. Que la existencia es una pátina gruesa que nos oprime -como una escultura de Sanmartino- y que lo único a lo que podemos aspirar es a, olvidando por un instante la nada, cansarnos empujando. Como una lápida.




Buscas esquinas en las que lo negro
se ha desgastado y no resiste
a tientas vas buscando la lanza destinada
a peforar tu corazón
para abrirlo a la luz.

Yorgos Seferis - Tres poemas secretos.

¿Por qué decir?


Soy muy consciente de que mi única manera de decirme es rehaciéndome poco a poco. Gusto a gusto, daño a daño es el modo elegido por mí para dotarme con un poco de cordura (cordura como contraste a locura y como aquella cuerda capaz de atarme tenuemente al lugar de dónde constantemente vengo). Cordura que a veces suspendo para poder adaptarme a ser aquí, en lo que me toca de mi mundo.

Un lugar actualmente bailarina. Suspendido en todos y cada uno de sus pasos en algo probablemente más ligero que yo y que tú y que quien quiera que sea aquella ella siempre buscando.

Y, entonces, ser algo un poco más ligero que todo. Para deshacerse o para volar. Para.

¿Por qué entonces la necesidad de seguir diciendo?

Porque no hay otra. Porque callar es silencio y silencio es nombre. Y nada más extraño que un nombre. El nombre está quieto en medio de un mucho de muerte. Y todo tiene que volver a ser dicho para ir un poco más allá. Es un compromiso con vocación de secreto y astillado de tristeza. Un extraño susurro que casi nunca puede llevar lo que quisiera atado a sí. Hablar tiene miedo a despedirse porque conoce demasiado bien que este es su único modo de existir. Y después sólo queda eco. Y el eco no es nadie.