¿Por qué decir?


Soy muy consciente de que mi única manera de decirme es rehaciéndome poco a poco. Gusto a gusto, daño a daño es el modo elegido por mí para dotarme con un poco de cordura (cordura como contraste a locura y como aquella cuerda capaz de atarme tenuemente al lugar de dónde constantemente vengo). Cordura que a veces suspendo para poder adaptarme a ser aquí, en lo que me toca de mi mundo.

Un lugar actualmente bailarina. Suspendido en todos y cada uno de sus pasos en algo probablemente más ligero que yo y que tú y que quien quiera que sea aquella ella siempre buscando.

Y, entonces, ser algo un poco más ligero que todo. Para deshacerse o para volar. Para.

¿Por qué entonces la necesidad de seguir diciendo?

Porque no hay otra. Porque callar es silencio y silencio es nombre. Y nada más extraño que un nombre. El nombre está quieto en medio de un mucho de muerte. Y todo tiene que volver a ser dicho para ir un poco más allá. Es un compromiso con vocación de secreto y astillado de tristeza. Un extraño susurro que casi nunca puede llevar lo que quisiera atado a sí. Hablar tiene miedo a despedirse porque conoce demasiado bien que este es su único modo de existir. Y después sólo queda eco. Y el eco no es nadie.




1 comentario:

  1. Amenas palabras sobre el decir. Yo insisto en decir (algo) antes que abrir la boca y sólo tragar moscas.

    ResponderEliminar