La mirada de Miguel Ángel es una dialéctica irresoluble, porque una mirada que se mira en otra mirada a través de un inanimado tercer elemento está condenada a nunca poder descansar. A que siempre haya algo más que se va tejiendo en un silencio que va apretando su extraña mordaza a lo largo del cuarto de hora del cortometraje. Algo se va erigiendo: una presencia progresiva va reclamando un contacto cada vez mayor hasta hacer inevitable el tocar. Y al acariciar el mármol es entonces cuando el infinito pulido de la túnica no se revela como tal, sino como un campo en el que la más mínima aspereza desbarata el sentimiento ¿Por qué? Quizás estar en silencio ayuda. Un alegato de la belleza, del tiempo lento, de la experiencia estética individual, del callado lenguaje de las emociones.
Sentir el acontecimiento que siempre es por última vez. Y entonces saber que está bien. Que basta. Que aún ante la instancia de la muerte se puede, se ham de volver al mundo. Aunque sea de los demás. Porque siempre se es otro tras haber estado en "el lugar en el que acontece el sacrificio de la comprensión del misterio"
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