They're just moments. They're not a life







Recuerdo que cuando vi la hasta ahora única temporada de Treme, siempre tuve una ligera sensación de incompletitud. Sí, era bueno, pero... pero por momentos pensé que allí no había la suficiente vida que contar. Acostumbrado al drama en cantidades ingentes, a la tragedia hasta el punto de lo apenas tolerable o el surrealismo cómico capaz de evocar un, casi siempre muy necesario, otro mundo. Por todo esto, Treme siempre lo había recordado como algo que podía haber sido más.

Pero quizás no. Quizás, del mismo modo, que recuerdas cuando te dijo "tú, eso jamás lo entenderás" seis meses después y, ahora, sabes -como sólo se saben ciertas cosas- que tú, realmente nunca lo habías entendido, así, es Treme. Un pedazo de vida que te dice al oído "forgive me, pretty babe, but I always take the long way home".


Hay mucho sobre lo que volver en Treme en sus apenas 10 horas. Es una carretera secundaria de ocho carriles en la que siempre podrás elegir tu ruta. Quizás Creighton sea lo más intenso para un primer viaje. Podrás disfrutar de un segundo paseo al lado de Antoine Baptiste o, puede, que tu vida sea demasiado parecida a la de Janette.


Muchas series podrían ser condensadas en una escena donde late y desde la que se expande en todas las direcciones, así, en The wire, podría ser la siguiente:





Por supuesto, Treme, también tiene ese momento. No voy a darle un contexto que arruinaría una historia, pero su esencia es algo que dice Creighton: "Don't think in terms of a beginning and an end, because unlike some plot-driven entertainments, there is no closure in real life. Not really."



Insatisfacción habitable



A veces vives. La mayoría no. Hans Castorp lo sabía, hay temporadas que se hacen eternas, que se derraman como un pantano y que te inmovilizan hasta impedirte proferir nada inteligible, porque se detiene el tiempo y tú en su interior como un insecto en su ámbar. Estos periodos son semanas, meses que crees insuperables en su gotear, pero no. Cuando sales y vuelves al ritmo de los vivos descubres que allí no hubo nada. Que aquello fue un agujero negro capaz de anudar el tiempo a su alrededor.

Antes de ayer y ayer recordé que aún está todo por hacer. Que pensar sólo en entonces, en ella, es la peor decisión posible. Humildad comparte raíz con humillación y esto es puntualmente necesario. Estar ahí, aprender, conocer-te-os. Puedo lanzar un suspiro enorme, ahora, y expulsar nubes de luz negra que había estado egoistamente apilando en mí. Liberación doble que me recuerda otra de hace veranos donde también hubo un mensaje y otra puerta distinta que ahora es la que se cierra.

En apenas dos días, pero muchas cosas, he pasado en mi termómetro emocional -el disco "Una semana en el motor de un autobús" de Los Planetas- de la primera canción a la última, y está bien así. Y estoy relajado. No sé cuánto durará, pero esto ha sido una oportunidad más, justo a tiempo.

Siempre pensé que este blog era primero para mí, después para mí y sin concesión al que por aquí se acerque. Hoy más. Mi universo es este... y hay letras como B, P, F, I, J que ahora hacen comenzar otras palabras.





Y prometo creer que hoy todo vuelve a estar por hacer.



Palimpsesto post-navideño pajaril


Porque el sin porqué también acaba.





Un día de estos, el mar nos solucionará y entonces podremos ser.


El pasado se posó en mis manos
como un pájaro muerto,
sin alas, seco.
Nunca se ha ido.


A veces

vuelve.


Ana Vega