She will love you like a fly will never love you... again


"Hemos sido capaces de demostrar que la música activa circuitos neuronales de recompensa y emoción similares a aquellos que responden específicamente a estímulos que son biológicamente relevantes, tales como el alimento o el sexo o que son artificialmente activados por drogas como la cocaína. Y me pregunto si no es extraordinario el que la música active estos mismos circuitos cuando ésta no parece estrictamente necesaria en el mundo biológico ni para la supervivencia individual ni la reproducción ni tampoco se trata de una substancia química, como la droga."


Lo que siempre había intuido, algunos como Roberto Zatorre, investigador y autor del texto anterior, se han encargado de confirmarlo. Más allá de la absoluta inutilidad de gran parte de la investigación actual, resulta interesante como necesitamos reafirmar mediante un experimento lo que nosotros ya sabemos: que el placer estético funciona como una droga más. Que el alivio que provoca una canción determinada es como el de una calada de buen tabaco. Que el escalofrío del tercer concierto de Rajmáninov pulsa lugares muy parecidos a los del sexo.


Las teclas son distintas, pero el piano es el mismo: placer y displacer. Nada nuevo bajo el sol. Todos buscamos lo mismo. El placer es la moneda que mueve nuestro cerebro hacia un aquí y ahora.



Días. Días llevo con esta canción en la cabeza. No sé si ha sido antes o después de dejarme obsesionar con el placer. Un tema típico del verano y de su dispersión. Pensamientos opacos que inevitablemente tienden hacia la noche, a divagar sin hacer pie en el fondo del mundo.



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